Hasta mediados del siglo XVIII la calle hoy denominada
Republiquetas era de las más apartadas
y menos concurridas de vecindario que había
en esta ciudad. Las viviendas edificadas sobre
ambas aceras no seguían una tras de otra
sino con la breve separación de solares
vacíos separados de la vía pública
por cercos de cuguchi o follaje de lavaplatos.
Hacia la primera cuadra y con frente a la acera
norte de dicha calle, vivía por aquella
época una moza en la flor de la edad, bonita,
graciosa y llena de todos los atractivos. Su madre
la mimaba y cuidaba más que a la niña
de sus ojos, reservándola en mente para
quien la mereciera por el lado de los bienes de
fortuna, la buena posición y la edad del
sereno juicio.
Pero sucedió que la niña puso los
ojos y luego el corazón en un mozo que,
aparte la buena estampa y los desenvueltos ademanes,
nada más tenía a la vista. Cuando
la celosa mamá se hubo dado cuenta de que
el fulano rondaba a su joya viviente, redobló
la vigilancia sobre ésta, a extremos de
no dejarla salir un paso. Pero el galán
resultó tan enamorado como paciente y tan
firme como tenaz en conseguir el logro de sus
ansiedades amorosas. Desde por la mañana
hasta por la noche, ahí se estaba en la
esquina, plantado y enhiesto, a la espera de que
la amada asomase al corredor o siquiera a la puerta,
para cambiar con ella algún tiroteo de
miradas o recibir la dulce rociada de una sonrisa.
Por aquellos felices tiempos del rey había
en todas las esquinas recios troncos de cuchi,
a ras de las aceras, para proteger las casas de
los encontrones de un carretón o servir
de señal para la línea de lo edificado.
Se les daba corrientemente el nombre de mojones.
La mamá de la chica, oscilando entre el
celo y el recelo, apenas veía allí
al quidam, despachaba su malhumor con esta frase:
-¡Ya está ahí ese mojón
con cara!.
Ignorando del mote con que la presunta suegra
quería burlarse de su constancia y firmeza,
el enamorado, en sus largas esperas, dio en la
práctica de distraerse con el mojón,
mudo compañero de sus expectativas. Con
el filoso trasao que llevaba al cinto, como todos
los galanes de su tiempo y condición, empezó
a labrar el duro palo, con miras a darle en la
parte superior la forma de una cabeza humana.
Como disponía de sobrado tiempo, hizo en
ello cuanto pudo.
Una madrugada de ésas, advirtió
la mamá, con el natural sobresalto, que
la niña había desaparecido de la
casa. Creyendo hallarla en palique con el aborrecido,
corrió a la esquina. Pero la mimosa no
estaba allí, ni en la otra, ni en las demás
esquinas, ni en parte alguna de la ciudad. Paloma
con ansias de volar, había alzado el vuelo
con el palomo, la noche anterior.
Pero quedaba en la esquina el mojón con
la cara que la paciente mano del galán
había tallado en sus horas de amante espera.
Junto con la tradición, el verdadero "mojón
con cara" se conservó en la esquina
de Republiquetas y René Moreno, hasta el
año 1947. Un tractor de Obras Públicas
que raspaba la calle, lo arrancó y arrojó
en donde nadie pudo saber más de él.
Para reponerlo el alcalde municipal de ese entonces,
don Lorgio Serrate, mandó labrar y colocar
uno parecido. Es el que hoy se levanta allí,
y que Dios le guarde de Obras Públicas
y de modernistas y vanguardistas. |