Chiquitanía

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La Gente y sus Tradiciones.


Este pueblo conocido como "Chiquitos" recibe su nombre de los españoles, en alusión al tamaño de las puertas de sus chozas a las que se debía entrar a gatas; esta costumbre era producto de la compresión y adaptación del chiquitano a su medio ambiente: se evitaba así ser atacado por las flechas de sus enemigos ocultos en la negrura de la noche y protegerse, a la vez, de los mosquitos y otros insectos tropicales que abundan en la zona.

Los chiquitanos son el resultado de la unión de varias tribus nómadas que vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos, guerreando entre sí por el territorio. Estos grupos eran los Paiconecas, Tubasis, Piñocas, Bororos ,Tabicas, Penoquis, Boococas, Manasicas, entre muchos otros. Estos pueblos llegaron a ser uno solo gracias a la guía y las enseñanzas de los Jesuitas que los reunieron en "reducciones", y en las que se impuso la lengua común "gorgotoqui" o "chiquitano" a la que Gabriel René Moreno llama "la hermosa lengua de tierra fértil y cálida". Otras lenguas como el guaraní -con la palabra Tupas, que significa Dios- enriquecieron el idioma.

Los misioneros supieron respetar el temperamento de los chiquitanos, caracterizados por ser cumplidores de su palabra, ingenuos, alegres, de ánimo muy festivo y valerosos cuando se trataba de defenderse de los agresores. En sus cartas anuales los describen de forma muy positiva como un pueblo alegre, inclinado a las costumbres cristianas, dócil, franco, pacífico, de mirada sincera y generoso en el compartir. Los banquetes solían ser motivo de festejo de varios días; el chiquitano consideraba innatural comer y saborear en soledad un plato, de modo que compartía cuanto tenía, en medio de la algarabía, la música y el canto. Relatos de la época cuentan que si los misioneros prestaban un objeto, éste circulaba entre todos y, al ser reclamado, inmediatamente volvía a su propietario; el hurto era casi inexistente. Sin embargo, algunos rasgos de nomadismo persistían en el espíritu del chiquitano, por lo que los evangelizadores debieron esforzarse en cultivar la constancia en el carácter, inculcándoles el tesón y la perseverancia. En estas reducciones vivían bajo la guía de los misioneros y la colaboración de los caciques que representaban a las diferentes etnias y juntos formaban el cabildo. En primer lugar tuvieron que producir lo necesario para vivir y luego tener algún excedente para su intercambio comercial con las ciudades; posteriormente se dedicaron también al arte y a levantar los bellos templos que hoy admiramos.

La interrupción de la vida misional en 1767 y la llegada de los nuevos administradores -autoridades provenientes de las Audiencias y Obispados- y sus excesos, violentó al pueblo chiquitano. En el momento de la Expulsión, según relata el Padre Schmid en una de sus cartas, los chiquitanos, desesperados, clamaron: "!Zoiyai azica auna!" (¡Oh Padre, no te vayas, no nos abandones!); "¿Yaqui nazarati zoichazu?" (¿Quién se ocupará de nosotros? ¿Quién cuidará de nosotros? ¿Quién nos llevara al cielo?).

La creación de la república trajo cambios poco perceptibles para ellos, pero que fomentarían épocas de abuso y explotación, en los gomales primero y en las estancias más tarde. Fueron momentos difíciles y duros en la historia chiquitana: obligados a trabajar para otros en un estado de semiesclavitud y sacados de su medio; sus opresores se aprovecharon de su organización y de su manera de ser, provocando en ellos el sentimiento de ser personas de segunda categoría. Los terratenientes buscaban mano de obra barata y, por esta razón, las consecuencias no se dejaron esperar: discriminación, menosprecio, subestimación de todos los valores propios de la cultura, costumbre e idioma. Recién, hace poco más de dos décadas, esa terrible devaluación del pueblo chiquitano ha empezado a revertirse a través de la organización y dignificación de lo autóctono.

Sin embargo, en los templos y alrededores, donde siempre tuvieron la libertad de expresar su ser íntegramente, conservaron su identidad a través de sus danzas rituales: los Yarituses (que expresa su ser cazadores nómadas, y su ser sedentario por la presentación y bendición de las semillas), los Abuelos (una burla al hombre blanco), el Sarao, el Bejuco, la Tamborita y los Lanceros. En sus manifestaciones religiosas, centradas en la Semana Santa y las fiestas patronales, se puede ver como los misioneros inculcaban en el alma chiquitana la fe que le predicaban, a través de las representaciones como el "desclave" o descendimiento de la Cruz, de las procesiones, de la organización del cabildo y de los cruceros. Tradiciones que se pueden apreciar hasta hoy.

Lo que conocemos como cultura chiquitana es una selección y una combinación de lo indígena y lo hispano que se sostiene en dos pilares: el respeto y la comunión con el entorno natural y sus "jichis" (espíritus amos de la naturaleza), y la herencia cristiana de las reducciones (la religión, la organización política, social y económica). El catolicismo ha dejado su impronta en la vida del chiquitano. Este perfil emotivo está respaldado por el hecho de que actualmente continúen desarrollando su herencia artística. Tienen un don natural para la música, sea en el canto o en la interpretación de instrumentos musicales; una voz lúcida parece hacer eco en su interior.

Actualmente, la familia chiquitana es unida, estable, abierta; es más una macrofamilia, donde se cultivan los valores comunitarios y de solidaridad. Los pueblos viven de su actividad agrícola tradicional: siembran arroz, maíz, yuca y plátano, y crían algunos animales como gallinas, patos y cerdos; lo que les alcanza para una economía de subsistencia. El varón se emplea en las haciendas como jornalero, las mujeres hacen sus "horneados" y comidas tradicionales para ayudar a la economía doméstica, y existe una preocupación por la formación de los hijos. La juventud tiene un genuino interés por conocer más de su historia y su cultura, y participar en ella.

En general se nota un crecimiento de los pueblos, en algunos de los cuales se han ejecutado planes de vivienda, y la gente con su propio esfuerzo y trabajo ha logrado mejorar su calidad de vida. Hay una integración de sus representantes en los municipios, en la iglesia y en sus propias organizaciones. No tienen una inclinación al comercio sino más bien a la producción, servicios y artesanía. En algunos lugares se ha iniciado la siembra de maní y café para la comercialización, así como cooperativas ganaderas y en otros -San Miguel y Concepción- existe un creciente impulso en el trabajo de la imaginería en madera.

Se están dando buenas iniciativas para conservar la lengua chiquitana y se han establecido metas claras para la reivindicación del territorio indígena: pasos firmes hacia la legitimación de una nación real. Los pueblos chiquitanos son pueblos vivos que se encuentran en un proceso de trasformación.

Los chiquitanos, con el proceso de las restauraciones, la recuperación de su música, la instauración de los cabildos, las organizaciones nativas, la organización de cooperativas, la escolarización y profesionalización de los niños y jóvenes, y otros cambios socio-culturales, tienen que colocarse en un lugar de relieve en el construir de una historia común sin perder los valores propios, sino haciendo de éstos un aporte a lo nuevo. El chiquitano no se ha mantenido cerrado en sí mismo; se ha abierto e integrado, especialmente en las ciudades, donde hace notar lo propio y lo característico, y un sano orgullo por su historia y sus raíces. Su carácter le hace estar en camino y en el proceso de aportar al mundo de hoy su identidad chiquitana. Es una tarea para las nuevas generaciones -¡adelante pueblo de hombres llamados "Chiquitos"!- lo que admiramos de su pasado tiene que convertirse en un aporte para el presente.


Fuente. Libro: Chiquitos. La Utopía perdura. Año: 2003. Autor: Willy Kenning Moreno.


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