Capítulo IX.
Santa Cruz en la defensa de la nacionalidad. Ingavi y la Guerra del Pacífico. La acción colonizadora y civilizadora de los cruceños.
Los superiores intereses de la patria merecieron siempre del pueblo cruceño la atención más empeñosa y la dedicación más ferviente. Aparte la constante guarda de sus fronteras del lado oriental, que tan directamente le afectaban, cuando fue llegado el caso de mayores necesidades y más inminente peligro, no escatimó esfuerzo alguno para ponerse en su defensa. Así, cuando la invasión peruana de Gamarra, el año 1841, con reclutas que acudieron al primer llamado, formáronse dos cuerpos militares cuya actuación en el campo de Ingavi fue brillante y decisiva.
Una carga del escuadrón de Cazadores, integrado por orientales, a las órdenes del teniente coronel Marceliano Montero, hizo posible la victoria de las armas bolivianas. Presente estuvo en dicha acción y con alta función de mando en las operaciones, el coronel Agustín Saavedra, poco después ascendido a la alta clase de general.
Veintiocho años más tarde, plugo al destino que la República confrontara la vicisitud más fatal de su historia. La corta faja de litoral marítimo que poseía fue ocupada militarmente por Chile, en circunstancias que la población sufría los flagelos del hambre y sin que mediara declaración de guerra. Como no podía ser menos, el hecho determinó la inmediata movilización de efectos militares y el reclutamiento de hombres para la defensa de la nacionalidad.
Por razones de distancia y escasez de recursos, el decreto de movilización dictado por el gobierno, exceptuó a Santa Cruz y al Beni de la obligatoriedad de los servicios militares. Ello, no obstante, la movilización se llevó a efecto de propia cuenta, y en menos de dos meses llegó a formarse un cuerpo de caballería, en el que se alistó la flor y nata de la juventud cruceña. Tomó dicho cuerpo el nombre de "Escuadrón Velasco", y con un efectivo de más de trescientas plazas, equipadas con contribuciones del vecindario, marchó al teatro de operaciones bajo el comando del coronel Héctor Suárez Velasco, en los primeros días del mes de julio de aquel nefasto año de 1879.
Razones de orden militar hicieron que en Tacna el "Escuadrón Velasco" fuera disuelto y sus efectivos pasaran a engrosar los efectivos de la unidad llamada "Libres del Sud" que tuvo en la campaña sobresaliente actuación.
En la batalla del Alto de la Alianza hicieron los cruceños lujo de valor, no siendo pocos los que rindieron en ella la vida y varios los que se revelaron de modo particular. El coronel Miguel Castro Pinto comandó el centro de la línea de batalla, y le cupo la desgracia de caer prisionero de los vencedores al tiempo que las filas aliadas se dispersaban. El médico Bailón Mercado actuó denodadamente en la ambulancia boliviana, como segundo del jefe de ella, Dr. Zenón Dalence, y fue igualmente hecho prisionero y, como tal, conducido a la capital chilena. La valerosa mujer Ignacia Zeballos, más conocida por el apodo familiar de "La Tabaco", sirvió como enfermera de primeros auxilios, siendo la única en su sexo que se halló presente en aquella cruenta jornada. Cuatro años más tarde el gobierno nacional habría de premiarla con medalla de honor y otorgamiento del grado de capitán, asignándole sobre éste una pensión de por vida.
Hechas estas relaciones, toca referirse a lo más conspicuo y trascendental que cupo hacer al pueblo cruceño en el decurso de esa misma época.
Se tiene dicho en el lugar correspondiente que la dinámica social de este pueblo hubo de concretarse en la propensión a la aventura y el afanoso discurrir sobre el dilatado espacio de la llanura natal. Esta actividad, iniciada ya en los tiempos de la dominación española, adquirió contornos de verdadera obra colonial en el sentido noble que tiene la palabra, desde a poco de haberse constituido la República. Fue su primer móvil la búsqueda de campos para la crianza de ganado, y en razón de ello hubo de orientarse hacia las regiones de mejores condiciones para esta faena. En lucha constante contra las inclemencias de la naturaleza, cuando no contra la fiereza del aborigen, grupos de hombres salidos de la ciudad grigotana sentaron sus reales en las cañadas formadas por las sierras de Incahuasi y Aguaragüe, los llanos del Parapetí, los campos abiertos de Chiquitos y las extensas planicies de Moxos, Baures y Yacuma. Como consecuencia de esta paulatina acción, las antiguas misiones de jesuitas y franciscanos fueron repobladas, y en lo que antes era espacio bravío surgieron núcleos de población blanca, llamados a servir de base para nuevas jornadas de trabajo explorador y colonizador.
Hacia la quinta década del siglo la industria farmacéutica de Europa hubo de solicitar con encarecidas instancias una corteza vegetal que medra profusamente en las selvas de la hoya amazónica boliviana. Esta corteza, conocida con los nombres de quina o cascarilla, fue desde entonces objeto de afanosa búsqueda y tras de ella se lanzaron centenares de hombres de empresa con sendos séquitos de allegados y braceros. Las llanuras de vaquería fueron rebasadas y las márgenes del río Beni y sus inmediatos afluentes llegaron a ser recorridos de uno a otro confín, no sin que en tal o cual calvero de floresta aparecieran embriones de pueblos. Entre los muchos nombres que como gestores de esta actividad pueden muy justicieramente ser citados, vale relievar las figuras del coronel José Manuel Vaca Guzmán, antiguo combatiente de Ingavi, Ángel Vázquez, Pablo Salinas y Ángel Arteaga.
En tanto que éstos ponían empeño en el recojo de la corteza medicinal, conterráneos suyos de no menor brío iban deslizándose por el Mamoré abajo hasta dar con el grandioso Madera y luego, por las aguas de éste, a remotos lugares en donde hubieron de encontrarse y trabar relaciones de negocios con gentes blancas o morenas de la nación vecina del Brasil. No tardaron en aprender de éstas el recojo de una nueva dádiva del bosque: la goma elástica, obtenida del árbol de la siringa. A la vuelta de pocos años las márgenes del Madera eran pobladas por gentes venidas de Santa Cruz.
Habría de sobrevenirles un amargo acontecimiento. En 1867 nuestro gobierno celebraba con el brasileño un nefasto tratado de límites, en virtud del cual toda aquella extensa y riquísima zona era obsequiada al país vecino en prenda de amistad y paz. Los pobladores cruceños, que habían sentado allí el dominio de Bolivia, presionados por los nuevos poseedores de la tierra, tuvieron que abandonarla y replegarse hacia lo que aún quedaba de heredad nacional. Quiso la fortuna que al retirarse a ella acertaron a ver también que allí medraba la providente siringa.
Retiro y hallazgo nuevo coincidieron con la suspensión de la faena recolectora de la quina, emergencia debida a que en las colonias europeas de África había empezado a cultivarse el árbol que la proporciona. Los corridos del Madera y los desocupados del Beni diéronse entonces a la nueva labor colectora, comprobando con satisfacción que mientras más se adentraban en la selva, más abundante era la existencia de goma.
Las demandas de Europa por el nuevo producto de la selva aumentaban de día en día, y fue preciso incrementar los trabajos de explotación. Comenzó, o más bien se acrecentó el éxodo de la población cruceña. Por centenares, primero, y por miles después, fueron saliendo los grigotanos para acometer en la selva trabajos de tan halagüeño rendimiento. El río Beni y sus tributarios fueron recorridos y explorados desde sus riberas hasta considerables distancias por el bosque adentro. Luego el Mamoré y el Iténez, después los hinterlands del Madre de Dios, el Orton y el Abuná y finalmente los del Acre y el Purús. Surgieron las "barracas" y los "barracones" a las veras de los grandes ríos, los "centros" y las "estradas" en la prieta cerrazón de las selvas y las villas y los pueblos en los lugares de acceso y los empalmes de caminos. Así, por ejemplo, Riberalta, Villa Bella, Guayaramerín, Santa Rosa del Abuná, Cobija del Acre, Puerto Rico y Puerto Alonso.
Se calcula en no menos de ochenta mil el número de personas salidas de Santa Cruz y sus pueblos cercanos para ir en pos de la siringa, en el medio siglo corrido entre el comienzo de la jornada colectora y su imprevisto final. Supervivencia de esa corriente emigratoria son las poblaciones benianas y pandinas que se yerguen hoy en aquellas latitudes y conservan la tradición, el carácter y el espíritu de sus progenitores grigotanos.
Preciso es citar los nombres de algunos de los más conspicuos gestores de aquella obra, que habiendo empezado por ser colectora de siringa, concluyó en ser colonizadora y civilizadora. Ellos son: Antonio Vaca Díez; la figura más gallarda e insigne de la empresa, Nicolás Suárez, Nicanor Gonzalo Salvatierra, Antenor Vásquez, Fabián Roca, Juan de Dios Limpias, Miguel Roca y Miguel Cuéllar.
Así las cosas, el poderoso Brasil, que se beneficiaba a manos llenas con la explotación de la siringa y el trabajo de los pioneros y gestores de ella, determinó señorear la comarca opulenta, y para conseguirlo, optó por el expediente de una comedia secesionista. Como es bien sabido, los residentes brasileños en el Acre dieron en operar dos movimientos sucesivos de separación de la nacionalidad boliviana, proclamando la creación de una república independiente. El primer movimiento fue dominado por la acción efectiva y enérgica de tropas regulares de nuestro ejército; no así el segundo, que se extendió rápidamente, y en obra de semanas anuló la resistencia de las cortas guarniciones militares, llegando a ocupar el territorio hasta cerca de las márgenes del Orton.
En la primera campaña distinguiéronse los hombres de Santa Cruz como prácticos en la selva y soldados de empuje. Un piquete salido de la ciudad grigotana a órdenes del comandante Benjamín Azcui, fue decisivo auxiliar de las tropas regulares en el combate de Riosinho. En el de Cajoeiro sobresalió como valiente entre los valientes, el coronel Félix Arano, quien llegaría a ser mentado entre los rebeldes acreanos con el mote de "onza do Acre".
La campaña de 1902 fue casi íntegramente sostenida por gentes y recursos de la propia región. La "Columna Porvenir", creada y financiada por los Suárez, principalmente, y por los Roca y compuesta, en sus dos terceras partes a lo menos, por gentes oriundas de Santa Cruz, sostuvo durante ocho meses la acometida de Plácido de Castro y sus filibusteros, con la táctica de las guerrillas que le brindó más de una resonante victoria sobre ellos.
Al final habría de venir el modus vivendi con la cancillería de Itamaraty, y luego el tratado de Petrópolis, que cedió al Brasil casi toda la pingüe región que ambicionaba.
Mientras tan señalada obra era realizada en las selvas de la Amazonía, otra de menor envergadura, pero de resultados no menos proficuos era emprendida en el Oriente, sobre las tierras de Chiquitos y sus términos fronterizos. Ésta había sido iniciada desde años atrás con conductores locales como Gil Antonio Toledo, Sebastián Ramos y otros, pero fue a partir de las andanzas de Miguel Suárez Arana que adquirieron más lucidos contornos. Suárez Arana exploró el Alto Paraguay y abrió por él una ruta de navegación hasta entonces ignorada. Fundó Puerto Suárez y Puerto Pacheco; construyó caminos hasta ese litoral fluvial, desde Santa Cruz y Lagunillas; estableció aduanas y puestos de resguardo. Gentes de Santa Cruz, atraídas por la nueva empresa, no tardaron en sumarse a ella y fueron a poblar esas regiones, constituyéndose en centinelas avanzados de la nacionalidad. En obra de cuarto de siglo todas aquellas lejanías hasta entonces incógnitas fueron ganadas para la civilización y para la patria.
Fuente. Libro: Breve Historia de Santa Cruz. Año: 1998. Autor: Hernando Sanabria Fernández. Librería Editorial Juventud.