Capítulo X.
Postración, expectativas y frustraciones. Orientalismo y regionalismo. La política nacional y la de casa. El centenario de la Independencia. La Guerra del Chaco. La post-guerra. El "despegue". Ferrocarriles, tractores y petróleo.
Los albores del siglo XX trajeron consigo al Oriente una novedad ocurrida en la porción occidental y rectora del país, que nada de bueno ni de malo le ofrecía y, por ello, recibió el pueblo con indiferencia. El Norte se había alzado en armas contra el Sud, reclamando prioridades de las que se creía merecedor con mejores derechos. Llevada la querella al extremo recurso de la contienda armada, la habilidad de los norteños hizo ver que la acción tenía por finalidad cambiar el régimen de gobierno unitario por el federal y, de paso, el desplazamiento de los viejos conservadores por los jóvenes liberales. La prédica obtuvo los efectos procurados y, mientras sucrenses y paceños se enfrentaban en reñida pelea, otros pueblos del Occidente se sumaban al alzamiento bajo la divisa liberal, con prescindencia tácita o expresa del propósito federalista.
Durante la última década del siglo el pueblo cruceño había votado en su mayoría con los liberales, pero en las elecciones de 1896 se pronunció casi unánimemente por los conservadores. La razón fue que en la fórmula de éstos, que encabezaba el chuquisaqueño Fernández Alonso, figuraba como candidato a la vicepresidencia el conterráneo Rafael Peña.
Por la parte contraria, había en el pueblo una larga y bien arraigada tradición federalista. Dos revoluciones se habían hecho en la ciudad con esta definida tendencia: la de 1876, acaudillada por Andrés Ibáñez, y la de 1891 que formó una junta gubernativa de radicales procedimientos y cuyo inspirador fue el abogado Néstor Jerónimo Otazo. Ambas fueron sofocadas por tropas enviadas por el gobierno central y con ayuda de cruceños no federalistas.
La ninguna resonancia que tuvieron una y otra en el resto del país, sirvió de experiencia para no repetir la aventura y, más aún, para no confiar en hechos y personas de análogas inclinaciones. Además, y a juzgar las cosas por lo que se lee en los periódicos de la época, una buena parte de las simpatías del pueblo estaban del lado de la togada y letrada ciudad del Sud.
Se explica así la poca o ninguna simpatía del pueblo por la revolución libero-federalista del Norte. Indiferencia y pasividad se hicieron más notorias cuando en el decurso de la campaña, mientras los liberales de otros centros de la República, ganados por la prédica de la revolución, se sumaban a ésta en sucesivos pronunciamientos, el de acá permaneció impasible. Por el contrario, a la noticia de que revolucionarios liberales de Vallegrande venían a tomar la plaza, el pueblo se aprestó para la defensa, poniéndose del lado de las autoridades.
Solo a fines de abril de aquel año memorable y cuando ya el coronel Pando, después de la acción de Cosmini, se dirigía a La Paz llevando la palma de la victoria, los liberales cruceños se pusieron en movimiento. Este no podía ser otro que la toma del poder local con armas que no dispararon un tiro y sí con campanas que echaron andanadas de repiques. Semanas después se realizaban las elecciones convocadas por la Junta Federal de Gobierno para designar los representantes a la convención que había de decidir en Oruro entre el régimen federal y el unitario.
Hecho curioso y de otra parte sugestivo: ni los senadores D. José Félix Camacho y D. Antonio Vicente Barba, ni los diputados tomaron parte en el debate de ocasión, como tampoco votaron por la federación.
Fueron los mismos representantes, con un ligero cambio, los que en la célebre legislatura de 1904 votaron por el rechazo del tratado con Chile.
Entre tanto las cosas del Beni y el Acre proseguían aún en buen pie. La explotación de la goma traía apreciables ganancias y éstas significaban el aumento de circulante en la ciudad. El arroz, el charqui, el café y el azúcar de la tierra grigotana tenían allá mercado seguro y enriquecían a los gestores del negocio. Pero al mismo tiempo crecía la leva de braceros para la pica de la goma, al punto de causar serias alarmas en el vecindario.
No habría de durar el auge mucho tiempo. La explotación de las plantaciones inglesas en África y Asia dieron el golpe súbitamente. La caída fue vertical en solo el transcurso de dos años. Hacia 1912 no quedaba en Santa Cruz un solo gestor de aquella empresa y vino por consecuencia el desastre económico en todo orden de cosas. Los establecimientos agrícolas de la campiña tuvieron que reducir su actividad al mínimo, pues no quedaban ya sino los modestos mercados regionales. Las casas de crédito, en su mayoría extranjeras, absorbieron casi todo el circulante en pago de las deudas, y vino la pobreza como común denominador de la población.
La postración material no tardó en dejar sentir sus efectos morales. La desazón de los ánimos inspiró el resentimiento y dio paso a ciertos reparos de índole localista que lo atribuían todo a la ninguna atención prestada a la región por parte de los gobiernos centrales. El apogeo de la explotación de las minas de estaño había empezado en la Alta Bolivia y se manifestaba en la creciente prosperidad de los pueblos del Occidente, sin que ello trajera beneficio alguno para los del Oriente. La consideración de este hecho no pudo menos de despertar cierta animosidad colectiva y cierta concepción de ideas sociopolíticas de exclusivismo regional.
Los gobiernos liberales que se sucedían con asiento en La Paz desde 1899, aplicaban en el país una política de acción notoriamente inclinada a favorecer el desarrollo de aquella zona geográfica, con la razón económica por delante. Para lo demás del país solo existían las pequeñas dádivas y los proyectos de realización a largo plazo. Uno de éstos fue anunciado hacia la mitad de la segunda década del siglo: el ferrocarril de Cochabamba a Santa Cruz.
Al decir de los políticos ofertantes esta ferrovía que había de vincular el Oriente con el Centro y el Occidente del país, traería el progreso a manos llenas y significaría la unión completa y definitiva de todos los bolivianos. Como no podía menos de ser, el anuncio despertó en la comunidad cruceña una animación extraordinaria y suscitó las mayores expectativas. Agricultores y ganaderos empezaron la forja de grandes proyectos y no faltó idealista que hizo cálculos y apreciaciones sobre la instalación de industrias.
Bajo el signo de estos optimismos hubo de formarse en junio de 1915 un "Comité Pro-Ferrocarril" que congregó a lo más conspicuo del enfervorizado vecindario. A comienzos del año siguiente se fundaba un periódico con el nombre de "El Ferrocarril", bajo cuyo titular se leía el lema de: "El F.C. Cochabamba-Santa Cruz por todo y para todo".
Así las cosas llegó el año 1917, en que el doctor y general Montes concluía su segundo período presidencial, habiendo señalado para sucederle al financista D. José Gutiérrez Guerra. Toda la propaganda local de ocasión estribó en aquello del ferrocarril, así del candidato a la presidencia como de los postulantes a las bancas parlamentarias, que igualmente se renovaban. El resultado de la elección realizada en el mes de mayo favoreció por amplio margen de votos a Gutiérrez Guerra y a los candidatos liberales que le eran adictos.
Un primer desencanto sufrió el pueblo al enterarse de que el nuevo presidente, en su discurso de toma de posesión no había hecho mención alguna de la obra ferroviaria anhelada. No mucho tiempo después el ministro de Fomento declaraba que tal obra había de emprenderse, sí, pero no antes de que se llevasen a la práctica otras análogas que acababan de proyectarse y tenían "carácter prioritario". No había concluido aún aquel año cuando en el propio seno del Congreso se dejaban oír palabras de igual parecer, en circunstancias que el diputado cruceño Aquiles Jordán interpelaba al ministro de Hacienda por la desacertada creación del Estanco de Tabacos.
Lo sucedido en La Paz causó en Santa Cruz el natural efecto. El pensar y el sentir del pueblo volvieron a lo de años atrás, acaso con mayor vehemencia, y el llamado "Regionalismo" empezó a adquirir mayores proporciones. La prensa de esos días -El País, El Ferrocarril y la revista Vida Intensa- se manifestaron con despejo y a las veces con alguna crudeza. Un artículo aparecido en la última bajo el título "La agonía de un pueblo", dejó ver alguna mayor complejidad de las cosas.
En abril de 1918 la misma prensa daba cuenta de haberse organizado un grupo con el nombre de "Centro Juvenil de Acción Orientalista", cuyo directorio estaba compuesto por Alfredo Jordán, José Saucedo, Leónidas Menacho y Juan Felipe Roca. Una proclama del grupo circulado semanas después manifestaba que la posición orientalista tenía como ideal superior los sagrados intereses de la patria boliviana.
El año siguiente, 1919, presenció el colapso del viejo partido liberal que agrupaba en el Oriente a la mayor parte de la ciudadanía. Resquebrajado en todo el país por sus equívocos procederes en función de gobierno, hubo de sufrir en Santa Cruz una escisión violenta. Los grupos escindidos vinieron a las manos y hubo de presentarse en la lucha más de un episodio luctuoso. Los jóvenes "orientalistas" se mantuvieron al margen de la colisión, con el argumento de que las querellas provenían de intereses fincados en los centros rectores del país, nada afines con los locales.
Bien fuera porque la actitud de los orientales surtió buenos efectos, o bien por haberse llegado al fin a los buenos propósitos, aquel mismo año entró en actividad la comisión que el gobierno había designado para efectuar los estudios del decantado ferrocarril. Lo presidía el ingeniero alemán Hans Grether, quien se manifestó de entrada como el más indicado para tal obra.
En aquel mismo año entraba en Santa Cruz el primer automóvil. Lo traía desde Puerto Suárez, con grandísimos trabajos, el Delegado Nacional en aquella región D. Ángel Sandoval. Por aquellos mismos días el animoso industrial D. Miguel Higinio Velasco empezaba a explotar el petróleo que había encontrado en su propiedad denominada Espejos. Al cabo de cierto tiempo instalaría allí un modesto equipo de refinación, con el que pudo obtener kerosene y parafina.
El 12 de julio de 1920 un golpe de cuartel, hábilmente preparado por los conductores del Partido Republicano, echaba del poder al presidente liberal Gutiérrez Guerra y asumía el mando de la República un triunvirato compuesto por José María Escalier, Bautista Saavedra y José M. Ramírez. Dos días después el movimiento era secundado en Santa Cruz por los republicanos locales, restos del viejo conservadorismo, a quienes se había agregado un corto pero lucido grupo de jóvenes con ideas afines pero de nueva sensibilidad.
El triunvirato gobernante convocó a elecciones de diputados y senadores que debían reunirse en convención, para resolver "los agudos problemas que confrontaba el país". Los perniquebrados liberales no estaban en condiciones de concurrir al acto electoral y los alentados orientalistas corrieron la consigna de no participar de él por ser ajeno a los principios que sustentaban. Así las cosas, los republicanos hubieron de actuar solos, habiendo obtenido en consecuencia la totalidad de las credenciales, así en senadores como en diputados.
No ocurrió igual en las elecciones de diciembre, en las que había de designarse a los miembros del Concejo Municipal. El republicanismo triunfante no obtuvo esta vez sino cinco de las doce curules edilicias. El resto las habían ganado los liberales con el apoyo de los jóvenes orientalistas.
Reunida la convención a fines de diciembre, aquello de la resolución de "los agudos problemas del país" se redujo en enero siguiente a la elección de presidente de la República en la persona del hábil y diligente don Bautista Saavedra. En el decurso de las sesiones, la representación cruceña volvió a plantear el tema del ferrocarril, sin que se notase ambiente favorable para tratarlo. El diputado Saldaña León se refirió a ello en intervención que tuvo airada réplica de parte del viejo parlamentario Iturralde.
Por febrero de 1921 se anunció la transformación de la Acción Juvenil Orientalista en Partido Orientalista, con la jefatura de Cástulo Chávez y Eduardo Peña Landívar. El acta de fundación del partido fue circulada en copias, ostentando la fecha del 1ero. de noviembre anterior. Había empezado por llamarse "Regionalista", denominación original que fue luego substituida.
Entre tanto se gestaba en el seno de la Convención el dictado de una ley que había de resolver en lo inmediato las viejas ansiedades de comunicación vial. La ley fue discutida entre los últimos días de abril y primeros de mayo y finalmente aprobada. Se disponía en ella que en vez de ferrocarril se construiría una carretera, debiendo invertirse en esta obra parte de las sumas acumuladas desde años atrás con destino a la ferrovía, sin señalamiento alguno de lo que se haría con el cuantioso saldo.
A la noticia cundió en Santa Cruz la alarma y con ésta los reniegos y las protestas cuyo eco no tardó en llegar a La Paz. La Convención hubo de tratar el caso, y en una de las sesiones el senador José Quintín Mendoza se refirió a los reclamantes y protestantes en términos poco medidos. Valió el hecho para que los descontentos apretasen filas y dieran mayor volumen a la acción.
El Partido Republicano se había seccionado en el país por consecuencia de la designación de Saavedra como presidente. La fracción puesta al frente de éste y su gobierno, con el nombre de Partido Republicano Genuino, no pudo menos de aprovechar la coyuntura para arrimar leños a la naciente hoguera. Su vocero en Santa Cruz, "La Ley", dejó oír sus voces de reclamo, bien que en tono mesurado. Ni qué decir de los desplazados liberales.
El caramillo empezó con asonadas estudiantiles desde los primeros días de junio. El rector de la universidad, a cuyo cargo corrían escuelas y colegios, según el sistema escolar de la época, tuvo el desacierto de reunir a los maestros para hacerles firmar un pliego de conformidad con la ley de la carretera. La reacción de los estudiantes fue reunirse en nuevo tumulto, esta vez con mayores bríos, para protestar por el hecho y pedir la renuncia de su imprudente autoridad superior. La policía acudió con arrestos de disolver la manifestación, cometiendo algunos desaguisados. Los dirigentes estudiantiles fueron detenidos y el profesor de derecho Cástulo Chávez sufrió igual detención, cuando reclamaba por ellos.
Algunas palabras indiscretas y algún pregón fuera de quicio debieron de pronunciarse en la algarada juvenil, a juzgar por lo que "La Ley" reflexionaba en edición del día siguiente. Al pedir serenidad y compostura en las conductas, manifestaba sugestivamente: "Hay que evitar el uso de ciertos gritos y vivas que no dicen bien de la seriedad y el patriotismo de un pueblo".
Más vibrante y ruidoso aún fue el "mitin" encabezado por el Concejo Municipal. El día 8 de aquel mes de junio, el Concejo llamó al pueblo a cabildo abierto, en cuyo verificativo se resolvió rechazar la ley de la carretera e instar al gobierno a que reactivase la obra del ansiado ferrocarril.
Concluida la deliberación, la multitud se dirigió a la plaza para hacer allí público el voto. Se leyó el documento redactado y también los párrafos del discurso del senador Mendoza, causantes del enfado. Una alocución del presidente municipal Dr. Zambrana, lo explicó todo con gravedad no exenta de vehemencia, pero el arrebato de los siguientes oradores, exaltó el ánimo de los manifestantes. Prefecto e intendente de policía trataron de imponer su autoridad y ascendiente político, pero fueron abucheados por la multitud y puestos en posición nada decorosa. La intervención de las fuerzas del orden aumentó el grado de efervescencia, y de tal modo que el motín concluyó exigiendo no solo la renuncia del rector, sino también la del prefecto y del jefe de policía y el pedido al presidente Saavedra de que vetase la precipitada ley carreteril.
Saavedra, que en materia política se las sabía todas y obraba industriosamente, sacrificó a sus leales rector y prefecto e intendente, pero dejó la cuestionada ley allí hasta donde había llegado, y así la carretera murió nonata. Se cumplía aquello que había servido de lema a los opugnantes: "¡Ferrocarril o nada!".
La opinión nacional, no bien o equivocadamente informada, admitió de que por detrás de todo aquello insurgía un movimiento adverso a la unidad boliviana. Se dijo entonces, como se ha repetido después, que había en los trasfondos una determinada corriente secesionista.
Un semanario juvenil aparecido por esos días con el nombre de "Ariete" y dirigido por el poeta Rómulo Gómez, abrió campaña contra la difamación, apelando al arma de la ironía y el gracejo. Un sainete publicado en sus columnas y llevado luego a la escena con el título de "Abajo los carretones", hizo las delicias del público.
El 10 de julio siguiente se anunció la formación de una entidad denominada "Comité de Defensa de los Intereses del Oriente", cuya directiva componían Uldarico Zambrana, Cástulo Chávez, Alfredo Jordán y Carmelo Ortiz Taborga. La proclama de presentación redactada por el secretario Jordán, quería ser un mentís a la especiota del separatismo. Esto se decía en la frase más saliente: "Queremos el ferrocarril porque aspiramos a integrarnos con nuestros hermanos de la sierra, y queremos integrarnos para compartir los destinos de la patria siendo los mejores bolivianos".
En las elecciones municipales de aquel año el Partido Orientalista obtuvo dos de las cinco bancas renovadas para el siguiente bienio comunal. Las restantes fueron obtenidas por los republicanos genuinos.
Nada hubo de particular durante el año 1922, salvo una desavenencia entre liberales y orientalistas; a pesar de ello el flamante vocero de aquellos, que circulaba desde fines del 21 con el título de "El Oriente", dio en serlo también de éstos bajo la advertencia de que unos y otros participaban de los mismos ideales y los mismos propósitos.
La desavenencia cobró volumen con motivo de las elecciones de mayo de 1923, convocadas por el gobierno para la renovación del Legislativo. Los orientalistas habían resuelto la abstención total, con el argumento de que el régimen del presidente Saavedra no otorgaba garantías para la libertad del sufragio. Y tal fue la actividad abstencionista que muchos ciudadanos liberales se adhirieron a ella. El resultado fue que tales elecciones fuesen ganadas por los republicanos genuinos, en tanto que los liberales activistas solo sacaron un diputado de la minoría.
Una fracción del viejo partido, separada desde un año atrás y puesta en marcha con la denominación de "liberales progresistas", hizo su aparición en aquella lid electoral llevando candidatura propia. Aunque inclinados estos a cierta cooperación con el gobierno de Saavedra, llegaron a entendimientos con los orientalistas, por razón de sustentar uno y otros planes análogos en lo atinente a intereses regionales. El vocero de la diligente fracción, que empezó a publicarse a fines de aquel año con el nombre de "El Progresista", exhibía en su primera página como divisa, esta frase tomada de un discurso que el liberal-federalista Fernando E. Guachalla pronunciara durante la revolución paceña de 1899: "El gran amor a la patria empieza en el cariño a la tierra natal".
El presidente Saavedra dejaba sentir en el país todo el peso de su poder, y no por cierto blandamente. La creciente oposición conspiraba de largo, con tendencia a derrocarle por el socorrido medio de la revuelta armada. Un convenio de partes concordado a mediados de 1924, decidió la revolución que debía estallar simultáneamente en los principales centros del Occidente y el Oriente, al empezar el mes de julio.
Los liberales y los republicanos genuinos de Santa Cruz se apresuraron a dar el golpe al amanecer del 1ero. de dicho mes. La Junta Departamental de Gobierno surgida por consecuencia fue compuesta por el genuino Pablo E. Roca, el liberal Guillermo Añez y el orientalista Cástulo Chávez. El destacamento militar que hacía la guarnición de la plaza se plegó al movimiento con sus jefes y oficiales, todos ellos oriundos de los pueblos del Occidente.
Poco tardó en saberse que en ninguna otra ciudad del país había estallado la revuelta análoga que se esperaba. Así las cosas, no cabía sino que los revolucionarios locales se las hilasen solos. En la hesitación consiguiente hubo de imponerse la determinación de no cejar y prepararse a la resistencia. El liberal Rómulo Saldaña León, sostenedor principal de esta posición, se puso a la cabeza de un centenar de partidarios, con los cuales fue a colocarse en el punto del camino "a la sierra" que a su buen entender se prestaba para el evento.
Un movimiento revolucionario en Santa Cruz, sin conexión política a la vista con el resto del país, se prestaba para ser tomado como cosa propia de acá, valedera para cualquier clase de presunciones y máxime si había antecedentes apreciables. El muy avisado y habilidoso gobernante dejó ver el lado de la medalla cuya figura causase en el pueblo la impresión más patética y sugerente. Por su parte, alguna prensa que le era adicta se apresuró a calificar la revuelta como de tendencia nada menos que "separatista". Las disposiciones del caso fueron tomadas sobre tablas, y las medidas efectivas se llevaron a cabo con singular presteza.
Hacia el 20 de aquel mes de julio entraba en la ciudad una brigada compuesta por los regimientos 1ero. de caballería y 5to. de infantería, amén de un piquete policial de la llamada Guardia Republicana. Los jefes de la revuelta y los principales comprometidos se dieron a la fuga, y así acabó todo del modo que, se dice, sin pena ni gloria.
La movilización de tropas significó una cuantiosa erogación de fondos públicos. Menos mal que éstos no salieron del Tesoro Nacional, sino de la suma acumulada en cuenta aparte para la construcción del ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz.
Entrado el año 1925, que era el del Centenario de la Independencia, el presidente Saavedra decidió llamar a elecciones para la designación de quién había de sucederle. El partido de gobierno proclamó la candidatura de D. José Gabino Villanueva, en tanto que la oposición hacía lo propio postulando al jefe del Republicanismo don Daniel Salamanca.
Un mes antes de la elección, Saavedra dio un golpe maestro en materia de estrategia política. Los estudios del ferrocarril Occidente-Oriente habían concluido meses antes, y el documentado informe yacía en el alto bufete presidencial. La aprobación vino mediante el dictado de un decreto supremo, con la advertencia en sus considerandos de que a poco se llamaría a propuestas para la iniciación, sobre tablas, de la obra ferroviaria.
La prédica local en favor del candidato Villanueva fue hecha sobre la base de aquel sugestivo decreto. Corrieron volantes propagandísticos con la demanda de sufragios para aquél, que se resumía en los siguientes términos: "Votos para Villanueva, segura promesa ferroviaria. Votos para Salamanca, lápida eterna para nuestras caras aspiraciones".
Buena parte del pueblo cruceño consintió en la buena intención de lo aseverado. Y tanto es así, que en los comicios del 3 de mayo de aquel año memorable, las cifras alcanzadas por el Dr. Villanueva, aun descontados los gatuperios electorales, sobrepasaron de las calculadas por sus más optimistas partidarios. El decreto de aprobación de los estudios ferroviarios había surtido sus efectos.
Apenas es necesario referir que el candidato electo resultó a la postre concitándose la animadversión de Saavedra, hecho que determinó la anulación de las elecciones, después de una agria discusión en el Congreso. Entre el día en que empezó el debate y el de la posesión del presidente interino D. Felipe Segundo Guzmán, dos hechos ocurrieron en el Oriente, ambos de singular trascendencia por ser puntos de partida de ulteriores avances. Uno fue la llegada del primer avión, el Junker obsequiado al país por la colectividad alemana y que sirvió de base a la formación de Lloyd Aéreo Boliviano. El otro, la iniciación por la Standard Oil Company de los trabajos de perforación del primer pozo petrolífero, en el paraje entonces denominado La Bomba.
Con los dos auspiciosos acontecimientos había sustancia para celebrar mejor el centenario de la Independencia, con los desfiles, las salvas y las bambollas del 6 de agosto.
En enero de 1926 tomaba posesión del mando de la República el nuevo presidente constitucional D. Hernando Siles. Habría éste de instaurar una nueva política de gobierno, a empezar de la pequeña "pro domo sua", de formar partido político propio, al que se dio la designación de "Unión Nacional". A poco más de un año de hallarse ejercitando el poder, el viejo litigio de límites con el Paraguay empezó a agudizarse por consecuencia de choques de patrullas habidos en los puestos militares del Chaco. El más grave y luctuoso fue el ocurrido en el fortín Vanguardia, situado en el litoral del río Paraguay correspondiente a la Chiquitania.
Tal fue la indignación suscitada en el pueblo por el ataque paraguayo a Vanguardia, que en los mítines de aquellos días se pedía al gobierno el inmediato ajuste de cuentas con el país contendiente. Hecho curioso y de otra parte sugestivo: entre los oradores que arengaban multitudes en nombre de la patria ofendida figuraron no pocos de los fogosos orientalistas de cinco y seis años atrás.
Puestas después las cosas dentro del orden y cautela que el gobierno de Siles supo imponer, la vehemente presunción de que pudiera llegarse al extremo conflicto, llevó al gobierno a tomar medidas de previsión y emprender obras materiales a ello relativas. Una de las tales fue la construcción de la carretera Cochabamba-Santa Cruz en el Oriente al mismo tiempo que la de Tarija a Villa Montes en el Sud.
Tal celeridad se puso en la primera, que al año de su comienzo se había avanzado ya un centenar y medio de kilómetros y se tomaban las disposiciones para simultanear la obra en el tramo de Santa Cruz hacia el Occidente. El pueblo lo acogió todo con beneplácito y aun con regocijo. Había concluido aquello de "¡Ferrocarril o nada!".
Quiérasela o no, la guerra sobrevino por julio de 1932, en circunstancias que en la carretera se daban los postreros golpes de azada. El primer vehículo motorizado del Occidente boliviano entró en la capital del Oriente al promediar el mes de agosto inmediato.
Por fuerza de los hechos y derivación de la posición geográfica, durante los tres años de guerra cupo a Santa Cruz, ciudad y departamento, función y actividad señaladas. Proveyó de víveres con el producto de la labor agrícola que hubo de intensificarse hasta donde era posible, y de arreos y otros materiales con lo elaborado por su incipiente industria. En los últimos cuatro meses de campaña las operaciones se desarrollaron en gran parte dentro de su territorio: el comprendido en el arco cuyas puntas eran el río de Cuevo y las inmediaciones del fortín Vitriones.
En cuanto a hombres respecta, al estallar la guerra cubrían el sector oriental y central del territorio disputado cuerpos militares formados por reclutas de las clases de 1930 y 1931, oriundos de la ciudad y sus provincias. Tales eran los regimientos 8vo., 12vo. y 13vo. de infantería y el 4to. de caballería. Entre agosto y diciembre de 1932 fueron formados con reservistas los regimientos 24, 30, 32 y 40. Los reservistas y los reclutas alistados posteriormente formaron unidades llamadas destacamentos, que llevaban numeración centesimal y eran las fuerzas de relevo para cubrir los claros. Tales el 115, el 132, el 139 y otros.
La conclusión de la guerra, en junio de 1935, y consiguiente desmovilización de las tropas y vuelta de todos a las actividades normales, halló a Santa Cruz en condiciones favorables que no tenía anteriormente. Tales condiciones entrañaban en la disponibilidad de la carretera a Cochabamba y a todo "el interior" del país. Era el medio de comunicación por el que se había sostenido luchas políticas y sociales y el que había de cambiar la faz y el destino de la tierra.
Contando con mercados seguros para la colocación de su producción por intermedio del rápido y cómodo autotransporte, la actividad agrícola empezó paralelamente la demanda de obra de mano y su retribución en salarios adecuados. La exigencia de mayor producción dentro de menor tiempo llevó al empleo de maquinaria, y el cultivo de la tierra se fue mecanizando paulatinamente. Empezaba una nueva era de actividad y de bonanza.
Los países vecinos del Este y del Sud habían puesto interés en la zona oriental y se suscribieron con ellos convenios para el común provecho. Parte principal de lo acordado fue la prolongación en suelo boliviano de las líneas ferroviarias que aquellos tenían expeditas hasta sus fronteras y cuya terminal sería la ciudad de Santa Cruz. La convención de 1938 aprobó esos convenios, no sin que en el debate mediasen algunas contraposiciones. Hizo más todavía: dictó una ley por cuyo imperio el petróleo producido asignaría un 11 por ciento de su valor al departamento en cuyo territorio fuese obtenido.
A mérito de los tratados con el Brasil y la Argentina aprobados por la Convención, las vías férreas de ambos países empezaron a construirse, a empezar de Corumbá y Yacuiba, respectivamente. La conclusión de una y otra había de demorar un tanto, pero hacia 1954 se daba término a las obras, y los ferrocarriles del Sud y del Este entraban en Santa Cruz, anticipándose al nacional con punto de arranque en Cochabamba.
Entre tanto una comisión de técnicos y financistas estadounidenses solicitada por el gobierno del general Peñaranda, concluía los estudios hechos y los presentaba a consideración del gobierno. El pliego de sugerencias consiguientes, conocido con la designación de "Plan Bohan", por ser éste el nombre del jefe de la comisión, indicaba la necesidad de que el país dedicara todos sus esfuerzos al desarrollo del Oriente, para procurar aquello que se dice "el autoabastecimiento". Al "Plan Bohan" siguió el de Keenlyside, un experto internacional en economía y finanzas, que corroboró el anterior y señaló los procedimientos para la financiación y aplicación de los recursos.
Parte básica de la ejecución de aquellos planes fue el reacondicionamiento de la carretera de 1932. Había que substituir el viejo y deficiente piso de tierra con uno de pavimento asfáltico, sujeto a rectificación de trazos y mejora de vías. La obra empezó durante el gobierno de D. Enrique Hertzog, pero no concluyó sino hasta 1954, al mediar el primer período presidencial de D. Víctor Paz Estenssoro. Las demás obras sugeridas por Bohan y Keenlyside y facilitadas con créditos norteamericanos, vinieron seguidamente.
El despegue de 1936 se renovaba así, veinte años después, multiplicado y con perspectivas de mayor rendimiento.
Lo sucedido después, que es bastante y abunda en episodios de variada índole, no pertenece aún a la historia, sino como quien dice a la crónica del día, y por tan obvia razón, no cabe en este compendio.
Fuente. Libro: Breve Historia de Santa Cruz. Año: 1998. Autor: Hernando Sanabria Fernández. Librería Editorial Juventud.