Foto: Deforestación. Autor: Daniel Alarcón, Carmen Mateu.
"La selva no es de nadie, me dijiste, pero tenías sueño. Profunda es tu razón, pero aquí no hay pero que valga, ni ley ni cortesía. Solo la fuerza bruta se arrastra por el lodo y la hojarasca, salta de rama en rama, pisa la tierra negra, siembra lunas en los ríos siempre nuevos, te hunde su cuchillo en el tallo, y nadie se pregunta en donde estás, ni en la raíz ni en la hoja o si te llamas cedro o palosanto"(35), dicen los versos de don Pedro Shimose, uno de los más célebres escritores orientales que han venido acompañando con su magia el desarrollo de este libro.
Pero, a riesgo de romper con la magia, se tiene que hacer aquí una pausa en el lirismo, detener el lenguaje poético con el que se ha venido floreando el libro. Habiéndose hablado ya en generosa proporción de lo bueno, toca ahora hablar de lo malo y lo feo, todo aquello que pone en peligro a las joyas de la corona.
No es fácil, ni parece amistoso llamarle amenaza a las actividades humanas que, como la agricultura y la ganadería, muchas veces son realizadas con carácter de subsistencia por los pobladores vecinos a las áreas protegidas o que, inclusive, viven dentro de ellas desde antes de que éstas hayan sido creadas. En un país de precaria economía, como el nuestro, no parece cuerdo etiquetar con ese calificativo a actividades económicas que ayudan a sostenerse a numerosas familias y, en algunos casos, inclusive a equilibrar el crónico desbalance comercial, rubro en el que siempre hemos estado en desventaja. De hecho, no suena prudente llamar así a actividades que mueven la economía del país.
Amenaza es la palabra técnica y convencional para hacer referencia a los peligros que se ciernen sobre las áreas protegidas y las unidades de conservación, las actividades humanas que producen impactos negativos, aquellas que van en contra de sus objetivos de creación. Se las considera amenazas porque atentan contra la integridad de las áreas pero, sobre todo, contra la propia gente pues, aunque en el corto plazo podrían beneficiarles, a la larga les serán nocivas, incluso letales.
Las áreas protegidas y las unidades de conservación son creadas para beneficio del hombre; por tanto, todo lo que atente contra ellas es una afrenta al ser humano y, por extensión, a la humanidad. Así, sin eufemismos ni complejos, en este libro tratamos las amenazas como advertencia de los peligros que sentimos los que amamos las áreas protegidas porque amamos al hombre, y sin obnubilarnos tampoco con el antropocentrismo que enceguece a algunos, valorando por sí misma a cada especie de planta y animal, creyendo en el derecho de cada una a la vida y defendiendo sus interacciones y su interdependencia.
En las áreas protegidas se prefiere los binoculares y la cámara fotográfica al hacha y el machete, al rifle y el tractor, aunque se sabe que en algunas de ellas -o en sus zonas especialmente asignadas-, pueden manejarse legalmente herramientas de cultivo o extracción.
De entre todas las amenazas existentes en las áreas, principalmente en las de carácter nacional, una prevalece como la más nefasta, y es la que denota la más baja condición humana: la entrega de tierras y el fomento a la invasión a cambio de favores políticos básicamente electorales. De esta liviandad conceptual y política para no asumir las áreas protegidas como un patrimonio necesario de conservar en favor del hombre se deriva la mayor parte de la problemática de administración y manejo que estas enfrentan: se les retacean recursos; se dificulta la posibilidad de cooperación internacional y privada; se generan sospechosas necesidades de vertebración caminera o de construcción de infraestructura vial o portuaria a través de ellas; se actúa sin apuros cuando ocurren invasiones; se planifica su ocupación para usos no aceptables por las normas; se nombra políticos sin suficiente formación técnica para hacerse cargo de ellas; se interrumpe y estanca la capacitación de su personal; se politizan sus Comités de Gestión; se deja en evidencia la ausencia o el exceso de autoridad según quién sea el infractor de turno; y muchos otros vicios que, lamentablemente, tienen a las áreas protegidas como terreno de experimentación.
La falta de gestión por conveniencias temporales, en consecuencia, es el problema principal; la paradójica causa subyacente tras la mayor parte de las amenazas. De las anteriores deficiencias o problemas devienen las actividades concretas que se conocen como amenazas.
Entre estas, la deforestación es la más nociva, por abarcadora en superficie y por amplia en su impacto, pues no solo afecta a la disminución de la superficie boscosa por arte de la roza, tumba y quema -el chaqueado-, o la acción mecanizada de tractores -el desmonte masivo-, sino porque expone el suelo desnudo a los meteoros, y desencadena así procesos erosivos que más temprano que tarde terminan volcándose contra los propios autores materiales e intelectuales del delito. La deforestación significa, por otro lado, la pérdida de hábitat para cientos o miles de especies que de esta manera son puestas en peligro y, en algunos casos, inclusive al borde de la extinción.
Similar situación y similar consecuencia se tiene cuando el objetivo es desviar cursos de agua u obstruir drenajes naturales de aguas que por millones de años se han escurrido siguiendo un determinado patrón y ruta, cosa que ocurre cuando, por ejemplo, se intenta construir desdeñosamente una carretera o levantar un terraplén para soportar pavimento o las rieles de un ferrocarril que se pueden convertir en diques que seguramente perdurarán solo el tiempo suficiente para haber causado un impacto negativo por penetración de gente y por la obstaculización de los movimientos naturales de las aguas y las especies que la habitan, sin mencionar el daño económico a los que hayan financiado tales obras y sus prematuras ruinas.
Pero es que las áreas protegidas suelen despertar mucha codicia y son tenidas como un eslabón débil, accesible, y son admitidas como reservas a las que hay que acudir tan pronto como se anticipe la posibilidad de la carencia o la demanda de algo. Por eso las leyes están diseñadas de manera que unas actividades tengan preeminencia sobre otras y, por ejemplo, la posible presencia de minerales e hidrocarburos en ellas desencadena sin mucho trámite la exploración en las mismas y, si la sociedad no está atenta, el mismo Estado que las creó las puede entregar para la explotación pues las actividades económicas mencionadas están por encima de sus valores de conservación.
No menos dañinas para los objetivos de conservación de las áreas protegidas son otras actividades de apariencia menos ofensiva pero que también denotan gran impacto y que pueden tener dimensiones considerables, como la ganadería suelta de trashumancia en zonas no permitidas, que se caracteriza por dejar que el ganado penetre cada vez más profundamente en el bosque en pos del ramoneo o la búsqueda de eventuales prados con lo que poco a poco se van consolidando posesiones que luego son reclamadas como derechos, y/o a raíz de las cuales la interacción del ganado con la vida silvestre crea conflictos en los que los jaguares, pumas, jucumaris y otros animales salvajes son luego señalados como predadores del ganado. Gran parte de los previsibles e innecesarios conflictos se dan por este tipo de actividad, y constituye un campo concreto en el que la creatividad y las mejores prácticas pueden revertir la situación, generando espacios de armonía.
La agricultura "express", que entra y sale rápidamente en el tiempo que dura el cultivo y cosecha de un determinado producto, tipo comando, como la que practican los llamados locoteros, es también muy nociva, particularmente en ciertas áreas que ostentan temperatura y precipitación aptas para el cultivo del locoto. Esta agricultura comercial viene cargada con la impostura adicional de que es de campesinos cuando en realidad es practicada por comerciantes que se aprovechan de todo espacio de tierra que encuentran inadvertido y que aumenta las áreas que estos mercaderes ya tienen en diversas zonas del país.
De igual impostura pero de desproporcionada peligrosidad, y merecedora de mayor repudio, es la actividad del narcotráfico, que en cantidad de ocasiones se ha atrevido a invadir áreas protegidas y ha instalado en ellas sus santuarios de impunidad, llegando a dominar ciertos lugares donde ni la fuerza de la ley especializada se atreve a entrar y en los que los delincuentes reinan impunes y soberanos, causando daños en el bosque y contaminando los cursos de agua. El daño real, sin embargo, es aún mayor, y abarca desde la deforestación para el cultivo de la coca destinado a la elaboración de la droga hasta la apertura de pistas y caminos, sin olvidar el acoso a la fauna, la violación de la integridad de las áreas y la corrupción.
El propio turismo, si desmedido, si indiferente a la capacidad de carga de las áreas y de soporte de los lugares, puede transmutarse en amenaza. No nos ha tocado sufrirlo aún como en otros países, pero el turismo desordenado y descontrolado puede ser muy nocivo y constituye una amenaza latente a la que hay que estar muy atentos.
De la misma forma, la caza y pesca furtivas, sin manejo y con fines comerciales o de subsistencia pueden causar impactos muy severos, por lo que es menester atender esta amenaza de forma enérgica. La caza, pesca, o captura de animales vivos para venderlos para mascotas constituye un capítulo aparte que ya tuvo incidencias alarmantes con dimensiones de ciclos extractivos en épocas en que se capturaban semanalmente cientos de aves, principalmente parabas y loros, para fines de exportación.
No menos alarma levantan amenazas como la tala y extracción furtiva de maderables y no maderables, altamente peligrosa sobre todo en las áreas de frontera, donde se mueven peligrosos grupos extractivistas.
Las amenazas, en fin, son un reto al patrimonio natural descrito en las páginas buenas de este libro, y un libro que exalta esas bellezas y otros valores no puede quedar exento de señalarlas, por muy anticlimático que hacerlo pueda parecer.
Fuente. Libro: Patrimonio Natural de Santa Cruz. Año: 2015. Autor: Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz. Willy Kenning Moreno.
Foto: Expansión agrícola. Autor: Willy Kenning.
Foto: Potreros a costa de la selva. Autor: Daniel Alarcón, Carmen Mateu.